martes, 10 de mayo de 2011

Pequeña fábula del lobo gris: Ramón Fernández Durán

A los héroes guerreros de grandes gestas les van la épica y las epopeyas, a los héroes cotidianos les van las fábulas pequeñas.

Dicen que la fábula es un género menor entre el mito y la poesía, pero con profundas raíces en la cultura popular y en la épica de la vida. Por eso a los niños les gustan los dibujos animados, aunque Disney y la Pixar hayan monopolizado la tradición oral y los cuentos populares de animales.


Esta fábula que les voy a contar no tiene moraleja, sino ética. Dedicada a Ramón Fernández Durán y a toda la comunidad ramoniana que es mucha y extensa y de la que me honro como miembra.

Todo parecido con la realidad no es mera coincidencia pues los personajes, los hechos y los lugares que aparecen en esta fábula son reales, incluida la pila de la zorra, que no tiene connotaciones sexuales, aunque es una prueba más, de que el lenguaje no es neutral, sino que está lleno de testosterona, pero …esa es otra historia. Vayamos a la nuestra.



Pelegrina, 2030. Planeta Tierra.

La noche de San Lorenzo, cuando la órbita terrestre cruza el enjambre de cometas de las Perseidas y del cielo a la tierra, cae zigzagueante, una asombrosa lluvia de estrellas, los lugareños de Pelegrina dicen que han visto un lobo gris bebiendo en la pila de la zorra.

Cuando calmó su sed, dicen que el lobo se dirigió al borde mismo del despeñadero y caminó con paso firme sobre el filo cortante y puntiagudo del camino de riscos. La colonia de rapaces que suele anidar en las buitreras quedó sorprendida y turbada al observar la figura lobuna reflejada en la vertiente izquierda de la roca, iluminada por un rayo de luna. Sin embargo, el lobo no parecía muy feroz, por el contrario, lucía un porte pacífico y unos modales particularmente delicados, así que las rapaces siguieron a lo suyo.

Poco a poco los buitres, los alimoches, las águilas reales y las perdiceras, aves autóctonas de las hoces y barrancos del río Dulce, se acostumbraron a la presencia del cánido, ya que éste una vez entrada el alba se limitaba a observar las aves carroñeras tomando nota de las andanzas y movimientos circulares que las aves dibujaban sobre su cabeza y sobre las tierras y el resto de animales y plantas de la aldea.

El águila real de tarsos emplumados, por ejemplo, tras unos cuantos aletazos poderosos realizaba largos planeos, sencillos y pausados, hasta dejarse caer verticalmente sobre una cándida e inocente oveja o sobre una cabra montaraz, pero que se había distraído, tan sólo unos segundos, relamiéndose tras deglutir una sabrosa brizna de hierba.

Con el tiempo, las águilas reales dejaron que los halcones peregrinos impusieran sus propias normas. El vuelo de estas aves consistía en rápidos aleteos aventadores, seguidos también de un fácil planeo. Sin embargo, los halcones cazaban el botín en el aire o calaban un espectacular descenso casi vertical llevándose la presa por el cielo, o bien persiguiéndola en una caza directa. Generalmente avecillas, liebres, mustélidos o recentales de herbívoros salvajes o domésticos caían abatidos por el pico y la garra invisible de estos raudos alados.

Los halcones peregrinos no eran nativos ni residentes habituales de esta tierra, sino que llegaban desde muy lejanas instancias (Europa Central) donde anidaban en lugares inaccesibles, incluso en acantilados marinos y edificios corporativos. Los halcones exigían la total desregulación de vuelos, el libre comercio de gusanos y conejos y la desaparición de trabas arancelarias a la caza de liebres y corderos. Dejar hacer, dejar volar era el credo de estas falconiformes que seguían un neoliberalismo extremo copiado pluma a pluma del pigargo cabeciblanco norteño, también conocido como águila de Washington (un ave calva que fue el símbolo nacional de USA antes de que se acabara el petróleo y se produjera el colapso financiero).

Los jóvenes halcones solían tener las plumas superiores pardoscuras, mientras que los adultos lucen el pecho rosado y parecen azulados desde abajo, atuendos sospechosamente semejantes a los que visten los Comisarios europeos, pensaba para sus adentros nuestro lobo. Cuando se aproximan a sus presas, los halcones peregrinos tienen forma de flecha.

Mientras las rapaces sobrevolaban la tierra recortándose contra el cielo, nuestro lobo apuntaba todo esto en un cuaderno intitulado la globalización capitalista, resistencias animales y estrategias de poder con la fe inquebrantable puesta en que un día, el resto de los seres vivos hoy domeñados, caeríamos en la cuenta de que, en realidad, el águila imperial a pesar del brillo de sus plumas, estaba desnuda.

Porque si el pardillo común y el arrendajo, la lavandera boyera, el herrerillo, la agachadiza, los petirrojos y los verderones almacenan la comida tras un duro trabajo, no es justo ni razonable que las rapaces se lleven el botín de inmediato.

Pero a la vez que observaba las operaciones especulativas de las rapaces sobre las presas, nuestro lobo gris gustaba de frecuentar a los corderos. Los lugareños dicen que charlaba largo rato con ellos y que parloteaba con otras muchas clases de animales no sólo grandes mamíferos, sino también pequeños como ratones de campo o de metrópoli e incluso ratoncillos de laboratorio; dialogaba con las sufridas lombrices y los coleópteros de endurecidos élitros; con peces desencantados –generalmente barbos-, ofidios peligrosos, aves risueñas, cabras algo tocadas o adaptativos anfibios; y dicen que escuchaba el lenguaje de los árboles perennes o caducos, y que atendía por igual las reivindicaciones de las plantas fanerógamas y criptógamas. Cuentan que aprendió numerosos dialectos animales y vegetales para defender mejor sus derechos bióticos.

A raíz de dichos encuentros con todo tipo de animales y plantas, en las que el lobo actuaba siempre con un respeto y un miramiento exquisitos, caminando con las almohadillas de las patas para no pisar a los más pequeños o herir con los colmillos a los más frágiles o recelosos, se fue creando una curiosa hermandad entre todos los animales de las comunidades del valle, de la ribera, del cañón o de los riscos, aunque estos tuvieran hábitos y costumbres muy diferentes por razón de especie o territorio.

Poco a poco el movimiento animal fue fortaleciéndose y extendiéndose como una nutricia mancha de leche más allá de las fronteras naturales del río Dulce traspasando montañas, ríos, mares, continentes y constelaciones.

Es conocido que los lobos cuentan con un agudísimo sentido del olfato y una valiosa visión nictálope que permite ver en la oscuridad lo que muchos otros animales no ven, pero hasta el momento en que hizo su aparición el lobo gris, todos desconocían que el voluminoso pelaje lobuno no servía sólo para calentarse, camuflarse o acicalarse rastas para buscar pareja, sino para dar calor y abrigo a cualquier otro ser vivo. En el caso de los machos, el roce sólo estaba permitido con la pareja y en la intimidad de la madriguera, pero jamás en los actos comunales, políticos o sociales.

Las reuniones políticas y las asambleas eran un estéril y rígido androceo. Y también un lugar severo donde los juegos y las muestras de cariño no tenían cabida una vez que los cachorros habían llegado a la fase adulta. Nuestro lobo gris, por el contrario, no sólo acercaba el hocico, acariciaba y mostraba sin disimulo sus afectos tanto en palabras como en hechos, sino que creaba un ambiente distendido en donde cabía jugar y pelear ideas, debatir sobre lo divino y lo animal, amar y poner en común las soledades, emociones, reflexiones, acciones y pasiones sin tapujos. La transformación social animal precisa sujetos activos y subjetivos, cavilaba nuestro lobo mientras echaba pimentón a unas lentejas.

Los escarabajos hackers y las arañas del Nodo50 cuentan que a principios del siglo XXI no era Facebook, Twitter o MySpace, sino que la red social más potente, flexible y extendida de aquella época era la entretejida por nuestro lobo gris a golpe de relaciones animales, sin ninguna intervención artificiosa de las máquinas, energía motriz, cables o artilugios que, para estos casos suelen profusamente utilizar, acaparar y desechar los humanos. Los lugareños de Pelegrina cuentan que nuestro lobo tras recorrer fuertes pendientes para admirar los cortados verticales de color gris, verde y naranja, al caer la tarde bajaba de nuevo al valle donde la flora y la fauna son muy variadas. O frecuentaba al animal humano, acá en la vega, y discutía con él sobre la propiedad y mercantilización de la tierra, el aire y el agua.

El lobo pensaba en su interior que la Tierra se les había quedado pequeña a los sabihondos animales humanos y les advertía extrañándose de su ignorancia: “Aunque queráis no podréis agrandarla”. Nuestros límites son vuestros límites ya que compartimos la misma biosfera. La Tierra no es una mercancía ni una mina inagotable, sino una comunidad a la que pertenecemos todos los seres vivos. Tras el colapso de la civilización industrial en 2030, junto al abecedario, los cachorros humanos deberéis aprender de nuevo, tanto en la escuela primaria como en los doctorados, a cultivar y respetar las tierras.

Con las últimas luces de la tarde, el lobo gris bajaba a beber agua en uno de los remansos del río Dulce y disfrutaba un rato chapoteando en una de las salvíficas pozas. Allí reía y aplaudía los saltos de la comunidad de truchas arco iris hasta que éstas se despedían de él dando coletazos río arriba.

Algunas veces gustaba de tumbarse a leer cosas de economía, bien a la umbría de un enorme quejigo, bien al refugio de la irreducta rama de una sabina centenaria que milagrosamente había sobrevivido al antropoceno y daba cuenta, en los círculos concéntricos de su vigorosa madera, de toda la cronología destructora humana.

Un pestañeo en la escala de tiempo geológica, pero una hecatombe en la escala de tiempo antropocéntrica y con efectos colaterales y dimensiones perversas no sólo para su propia especie, sino para la globalidad del planeta Tierra, ya que los homo sapiens se mantuvieron durante más de un siglo, ecológicamente ciegos, sólo movidos por un sistema basado en la estéril zanahoria del dinero.

Cierta leyenda cuenta que el filósofo atomista Demócrito se arrancó los ojos en un jardín para que la contemplación del mundo externo no estorbara sus pensamientos y meditaciones. La leyenda de nuestro lobo dice que, para ver mejor, a éste le bastaba mirar directamente a los ojos de los otros y que las otras criaturas se miraran en él. Que el conocimiento sensitivo y el meditativo del mundo y de sus seres tienen la misma importancia y deben estar en equilibrio, al igual que los pensamientos y los hechos. Así dijo, y así hizo.

Nuestro lobo gris se detenía a menudo para explorar con la curiosidad de una lechuza, las redes por donde discurría el transporte de savia de una encina, desde las profundas raíces arraigadas al suelo, hasta la altísima copa donde con el tiempo y el agua procedente de las nieblas, el rocío, la tormenta o la lluvia, madurarían las ramas más novatas, o seguía con notable interés los ires y venires de las ardillas que transferían las mercancías de bellotas de una encina a otra utilizando las ramas como puentes y los brotes verdes como trampolines. Y comparaba las eficientes redes de transporte basadas en la savia, con el metabolismo del sistema humano basado en la movilidad motorizada y el petróleo.

También espiaba en silencio el lenguaje bailongo zumbón de las abejas que portaban el polen de una flor amarilla hacia otra rosa, sin necesidad de quemar gasolina o adquirir el abonotransporte. El patrón bellota era una excelente medida para los intercambios antes y después de que en Bretton Woods se establecieran unas irracionales reglas comerciales. Allí se fundaron aquellas instituciones financieras que, a la postre, resultaron ser muy dañinas pues la la especulación con las bellotas, interrumpía los ciclos de vida.


Las ideas del lobo fueron tomando forma y así lo plasmó en algunas hojas que pasaron a ser pequeños libros de Historia para la comunidad animal desde La explosión del desorden a La quiebra del capitalismo global: 2000-2030.

A los herbívoros les gustaba ramonear las hojas que nuestro lobo iba sembrando aquí y allá, a lo largo del tiempo, pero también muchos carnívoros comenzaban a estar hartos de las jerarquías en los niveles tróficos y cada vez más individuas e individuos, así como colectivos animales se unían al movimiento ramoniano.

En el valle, las margaritas y las genistas conformaban una autopista natural de varios carriles amarillos y blancos. En el de la derecha, anchísimo y lento, mueven sus mercancías los escarabajos peloteros, mientras que por la vía rápida, las lagartijas se adelantan las unas a las otras y hacen derrapes y acelerones ruidosos con el potente impulso de sus colas. A los caracoles, que van a su concha, se les cae la baba viendo cómo en el carril bici pedalean armoniosamente al unísono las patas de un ciempiés crítico.

En la diagonal hay un debate urbano y sobre el compost está la huerta. Y en la rotonda formada por el pétalo malva de una anémona, un grupo de briosos saltamontes verdes ofrece sus servicios de taxi para los más apurados, mientras que las corolas rojas de las amapolas sirven de pista de aterrizaje a las avispas y de helipuerto para las libélulas.

A falta de marsupiales, la mensajería y la entrega de productos de la cooperativa de consumo responsable la realizan los anuros que, dando eficientes saltos, acceden tanto a los caminos de tierra, como a los fluviales. Ranas y sapos transportan los pedidos en sus anchas bocas refrigeradas y realizan la entrega introduciendo por las ventanas sus lenguas protráctiles sin necesidad de llamar a la puerta o de que el okupa esté en la madriguera.

Las topas exigen una habitación propia y reclaman el libre apareamiento y la interrupción voluntaria de la mitosis. Así como el reparto equitativo de las bellotas y primar la vida familiar para el cuidado de los huevos y crisálidas o la crianza de las larvas. Reparto equitativo del trabajo dentro y fuera del nido para machos y hembras. ¡También para nosotras, gritan al unísono los hermafroditas!

La tierra, cavila nuestro lobo, no es sólo suelo, sino una fuente de energía que fluye desde el sol, a través de una autopista viva de suelo, aguas, minerales, animales y plantas.

Por un segundo, una oportuna nube tapó la luna, y se hicieron de nuevo las tinieblas en el desfiladero. Es entonces, cuando los machos de lomo plateado se reúnen a aullar junto a la fuente. En el crepúsculo, ladrar ayuda a los miembros de la manada a mantenerse en contacto, pero nuestro lobo aúlla con sumo cuidado hasta el punto de que ningún otro ser vivo, ni siquiera los murciélagos que ven el más imperceptible ultrasonido, le oyó jamás el más mínimo gruñido.

Mientras los machos alfa alardean de haber levantado barricadas de pasto y haber aullado ingeniosas consignas en las revueltas de mayo del 68, nuestro lobo gris calla y sonríe. Las comadrejas saben que nuestro lobo gris pasó muchos mayos calientes. Todas las primaveras y el resto de las estaciones del año, incluso los inviernos de viento sur racheado, fueron para él calientes, a pesar de que en su madriguera de Barquillo no hubo jamás calefacción, sino aquella producida por el roce, el trabajo y la energía de sus curiosos cohabitantes.

Los castores afirman que nuestra bestia gris había ido a su universidad, pero las nutrias reclamaban dichosas, que pronto se unió a ellas para sumergirse en las aguas de la educación no formal y que recorrió muchos terrenos y espacios alejados de su hábitat natural.

Por si alguien todavía no lo sabe Pelegrina es tierra de leyendas. Por aquí hincóse de hinojos el buen Cid antes de darse a matar moros. Por los caminos de piedra de Sigüenza de la que Pelegrina dista una legua atravesando el quejigar, se adentró el trotón Arcipreste y la misma ruta siguieron Don Quijote, Sancho y sus jumentos, que sostuvieron en estos lares algunas de sus cuitas y aventuras.

Las ruinas del castillo dan fe de que aquí luchó El Empecinado y el naturalista Rodríguez de la Fuente rodó en Pelegrina y en el Parque Natural del Barranco del Río Dulce, las escenas más impresionantes de los documentales de Televisión Española El Hombre y la Tierra.

Pero sin duda, la leyenda más prodigiosa y sorprendente de Pelegrina es la que protagoniza nuestro singular lobo gris.

Tumbado junto a la loba Ana, con la cabeza ladeada en actitud paciente, los ojos entornados y las orejas bajadas, el lobo cansado y enfermo, decidió, dignamente, adormilarse al sol. Al atardecer, cuando el último rayo se perdió en el horizonte, los ratones de campo, los conejos, los tejones, las mofetas y las comadrejas, las hormigas rojas y hasta las cigarras, así como otras muchas criaturas del bosque, salieron de sus escondrijos, nidos, cuevas y madrigueras comenzando a desperezarse y a mover sus patas remolonas, mientras las aves canoras y las aguas de los arroyos del río Dulce comenzaron a cantar al unísono con múltiples y variados trinos.

De las calles y barrios del pueblo de Pelegrina, del Valle del Sol en la ladera sur y el Valle del Frío, mirando a la vega, comenzaron a bajar grandes y pequeños animales portando crisálidas como farolillos mientras las luciérnagas señalizan el camino que las flores silvestres, las jaras y las zarzamoras colorean y aroman.

Las culebras y lagartijas serpentean, un erizo se enrosca, los cangrejos aplauden, las mariposas y las libélulas aletean una queda armonía. Las raíces de los quejigos se entrelazan y crepitan, bullen los bulbos y los tubérculos. Silban los álamos blancos en la ribera y los chopos temblones estremecen sus hojas. Las del suelo se levantan en ruidoso remolino mientras la dura corteza de la rama de un roble se resquebraja. Para animarle, un manojo de ortigas le hace cosquillas. Y dos hiedras se abrazan.

Las aguas del Dulce retumban en los riscos y entonan la verdadera y auténtica canción del verano: la caricia del agua, el beso del viento, el abrazo arrebatado del chorro bajo las cascadas del Gollorio y Peña Sancho. Un martín pescador se zambulle en el agua para dar aviso a las truchas, los crustáceos y los renacuajos. En la rama de un roble, el pico picapinos tamborilea y una batucada de verdes langostas corea consignas contra la globalización capitalista.

El coro de grillos antidesarrollistas clama consignas a favor del decrecimiento y los pequeños roedores y las musarañas les corean entredos ranas verdes emocionadas. Tintinean las campanillas, baten las pinzas los cangrejos de río y cierran la mani las procesionarias.

El búho real, con sus enormes ojos anaranjados lee un comunicado y, desplegando su oscuro y rayado pectoral, con un sonoro: Animales ciudadanos y ciudadanas de la Tierra ramoniana, da por inaugurada la asamblea.


Eso dice nuestra leyenda peregrina, aunque también me han dicho que el lobo gris protagoniza historias parecidas en otros muchos lugares de la geografía. Ya que los lugareños de sitios muy dispares aseguran que han visto al mismo lobo gris recorriendo las laderas del Montgó, portando una pancarta en Berlín, México, Johannesburgo, Matalpino, Beijing o San Blas, en la tertulia de los miércoles o departiendo frente una caña en La Dragona, en las mismísimas entrañas de la gran metrópoli, donde se reúnen los Ecorramonistas en Acción.

Leyenda urbana, fábula rural, historia oral, ficción o episodio ya inscrito en los libros de texto post-antropoceno, el lobo gris se ha convertido en un mito que pertenece al procomún vital y universal de este Planeta llamado la Tierra, en la periferia del sistema solar, brazo local de la galaxia Vía Láctea.

La noche de San Lorenzo, cuando la órbita terrestre cruza el enjambre de cometas de las Perseidas y del cielo a la tierra, cae zigzagueante, una asombrosa lluvia de estrellas, los lugareños de Pelegrina dicen que han visto un lobo gris bebiendo en la pila de la zorra.

Chusa Lamarca, abril de 2011

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