domingo, 14 de junio de 2009

Las Islas Encantadas

(Contra el creacionismo
o cómo Darwin pilota un astrolabio en el Explorer II)

¡Oh capitán!, ¡mi capitán!,
nuestro azaroso viaje ha terminado,
la nave ha franqueado el origen,
surcado el cenit,
y atracado en el puerto de la vida.

Hemos comido del árbol de la sabiduría,
pisado y mancillado el edén,
roto el timón del tiempo,
anclado la espiral
que gira, inexorablemente, hacia la huida.

Con la mirada transfundida en pira,
hemos calcinado las estrellas,
hollado la playa,
penetrado la oscuridad con el albor de la existencia
y asistido al estremecimiento de la vida.

Un tenue hilo de sol
hace escombros las leyes de los hombres
y un bramido de fuego
impone, sanguinario, un mapamundi insólito.

Esa leve pavesa
que asciende por fumarolas y calderas,
en un pliego de océano
cartografía salvaje
palimpsestos de olas.

El viento deshoja el alfabeto
y el carbón, solitario, amasa las criaturas.
La costilla de Adán se ha descompuesto.

Esta Tierra no admite Robinsones,
ni Dioses, sacerdotes o amazonas.
La entrada está prohibida a la Venus de Milo.
Sobre el hombro de su brazo truncado,
guano y cortejo, hace un pinzón el nido.

A mil kilómetros del continente,
cabalga un hipocampo
sobre el tambor del piélago.

La quilla de la nave pone rumbo a la orilla
de los dos hemisferios.
Firme se alinea con la linde el sol.

El capitán ha escrito en su cuaderno de bitácora:

“Latitud 0º, Longitud 0º.
El mapa del tesoro era acertado.

Junto a un claro del bosque,
cerca de una laguna,
bajo el huero carey de dos tortugas,
hemos desenterrado los solsticios.

Un suspiro de luna
ha hecho volar la cerradura
del cofre de la vida".


María Jesús Lamarca. Galápagos, enero de 2009

Piquero enmascarado

Lobitas de mar